La ciudad que despierta entre el bullicio acelerado, colores y olores que el sol intensifica. Curiosa bienvenida a la tierra de Dios, dulce como dátil, callejones que viven entre edificios de arena con interiores extraídos de la imaginación divina. El juego entre sombras y luces cede al final del laberinto, en la gran plaza, que canta, en volumen alto pero sin ser ensordecedor, la hora para orar.
Los muros de los raids se vuelven fortalezas que conservan impecable la calma, acechada por la gran ciudad. La paz llega con el susurro de las fuentes y, un ave entra por el centro abierto siguiendo el rayo de sol que toca el piso.