Después de tres días de imparable lluvia, por fin había un pronóstico de tiempo favorable en El Chaltén. Era cuatro de mayo, ocho horas de la mañana, el sol aún no iluminaba las calles, el pueblo que parecía muerto los días anteriores comenzaba a resucitar. Todos los huéspedes que acogía la pequeña localidad, la cual presume orgullosamente de casi llegar a los dos mil habitantes, empezamos a salir como murciélagos de sus cuevas, abrigados y con vestimenta propia para la aventura, algunos más sofisticados y profesionales que otros, pero con el entusiasmo en común por llegar al lugar prometido.
La primera parada obligada era en la única panadería del lugar, con su gran letrero en el que se leía “Los Salteños”. Una vez que se entraba en la choza se podía escuchar un alboroto de las personas formadas, algunas mencionaban que harían menos tiempo del calculado oficialmente, otros contaban sus experiencias en trekking en lugares diferentes y también estaban los silenciosos que miraban impacientes a la niña que atendía y que estaba hecha un lío con los precios de las cosas y el cambio que debía devolver al señor del billete de quinientos. Por fin tocó mi turno, un par de medias lunas recién horneadas, calientitas, con un olor fabuloso que me apresuraba a comerlas.
Ya en la ruta la cosa no fue fácil, había llovido suficiente para dejar el sendero lleno de barro (lodo), con trabajos llegamos al primer kilómetro, la gente empezaba a detenerse para quitarse la chamarra más grande, tomar un poco de agua y revisar que sus mochilas estuvieran en orden. Solo faltaban nueve kilómetros más.
No importaba si eras de los sofisticados ode los de zapatillas (tennis) a todos el barro batía por igual. Fueron tres horas saltando de piedrita en piedrita, resbalando y caminando entre pequeños riachuelos. En algún momento perdí el camino y pregunté a uno de los guardabosques que abría con una pala un agujero para que el agua pudiera salir de una ruta: -¿Cuál es el sendero correcto? - a lo que me respondió - El que no se ve porque lo cubrió por completo el lago de allá, así que puedes rodear por el bosque -
Ahora el reto era, no solo sobrevivir a los obstáculos, también no perderme y poder encontrar de nuevo la ruta adelante. Tres horas más tarde llegaba al kilometro número nueve, en donde había un gran letrero que informaba al senderista el inicio de la parte más difícil de la ruta: La pendiente. “Calcule desde aquí su tiempo de regreso, si su condición física no está en óptimas condiciones absténgase de subir”. Teniendo en cuenta que el único ejercicio que he realizado en toda mi vida fue hace unos meses para intentar llegar en óptimas condiciones a la boda de mi hermano mayor, debí tomar ese anuncio con más seriedad. La subida me dejó sin aliento, después de unas treinta paradas para poder respirar, veinte veces de decirme a mi misma que faltaba poco con un animado ¡vamos! y doce preguntas a las personas que encontraba en el camino para estimar mi tiempode arribo, ahí estaba, el lugar prometido, el lugar perfecto